Noé Gutiérrez, tres décadas sembrando educación en Azacualpía de Gualcho

El maestro Noé ya se retiró de la docencia, pero sin duda su legado vive en cada estudiante.

El sonido del gallo marcaba el inicio de cada jornada para Noé Gutiérrez. Aun en la penumbra de la madrugada, tomaba su mochila y emprendía el camino hasta la escuela del cantón Azacualpía de Gualcho, en Nueva Granada, Usulután. Allí, donde la luz eléctrica y el agua potable parecían un sueño distante, llegó a convertirse en pilar de la educación rural durante treinta años.

Los inicios: educar en tiempos de olvido

La historia de la escuela comenzó en 1993, cuando los Acuerdos de Paz permitieron el establecimiento de centros escolares en zonas que antes parecían condenadas al abandono. Noé Gutiérrez llegó dos años después, cuando ya existían dos aulas y dos maestras que daban clases a los niños del lugar. La falta de materiales, la precariedad de las instalaciones y la ausencia de transporte no fueron impedimento para que el centro educativo se convirtiera en un faro de esperanza para la comunidad.

«El inicio de esta comunidad educativa fue después de los Acuerdos de Paz. Yo llegué en 1995. Ya estaba fundada, con dos aulas y dos docentes», recuerda Noé con voz pausada, pero firme. Lo que hoy es una estructura consolidada comenzó con pizarras improvisadas y pupitres desgastados por los años.

En aquellos días, la vida de maestro significaba más que impartir clases; implicaba compartir las dificultades de la comunidad. Para Noé, aceptar la tarea de enseñar en Azacualpía de Gualcho, significó también quedarse a dormir en la escuela, sin agua potable ni electricidad.

«Una de las condiciones fue dormir en la comunidad. Era bien sacrificado porque a las 4 de la mañana salíamos a buscar un río para bañarnos», cuenta, evocando esos primeros años de desvelo y entrega.

Su esfuerzo no fue en vano. A lo largo de los años, la escuela no solo formó a cientos de niños, sino que también transformó la comunidad. La llegada de la energía eléctrica, la mejora en la conducta de la población y el impulso del deporte son algunos de los frutos que el profesor Gutiérrez ha visto germinar.
«La escuela ha incidido en la conducta de las personas. Ha habido muchos cambios y mucho progreso», afirma con orgullo.

Un llamado a la acción: por una educación digna

Desde su retiro, Noé Gutiérrez no deja de pensar en soluciones para mejorar la situación educativa. Entre sus propuestas está la concentración del tercer ciclo en un solo lugar con especialistas, la simplificación de los contratos para docentes y un mayor control sobre el uso de las computadoras entregadas a los estudiantes.

«Sugeriría que haya un control sobre el uso de las computadoras para que no se conviertan en solo juegos», indica, señalando la importancia de la tecnología en el aprendizaje, pero también de su regulación.

Asimismo, enfatiza la necesidad del apoyo comunitario. «A los exalumnos que hoy están fuera, les pedimos que hagan una ayuda, aunque sea económica», dice, apelando a la solidaridad de quienes se beneficiaron de la educación pública.

Cada día en el aula es una historia que termina, pero deja ecos que duran toda una vida.

El legado de un maestro

Noé Gutiérrez se despide de las aulas, pero no de su vocación. Su legado queda en cada niño que aprendió a leer y escribir, en cada joven que logró una mejor vida gracias a la educación.

Su impacto no solo se mide en el conocimiento transmitido, sino en la inspiración que dejó en sus alumnos. Muchos de ellos no solo consiguieron un título, sino que han regresado a la comunidad para seguir transformándola. Algunos son ahora docentes, continuando la labor que Noé inició con tanto esfuerzo. Otros han optado por el camino de la medicina, el derecho o el trabajo social, pero todos llevan consigo la enseñanza fundamental que él les dejó: la educación es el motor del cambio.

«A pesar de todas las dificultades, que nuestra responsabilidad sea grande y que no bajemos la guardia en la educación. Lo que esté en nuestras manos, hagámoslo con gusto», concluye con la misma pasión con la que, por décadas, entró cada mañana a su aula para cambiar el destino de su comunidad, una lección a la vez.

Noé deja tras de sí no solo un edificio con aulas, sino una semilla que seguirá floreciendo en cada generación que pase por las puertas de la escuela que él ayudó a consolidar. Su historia es testimonio de lo que un maestro comprometido puede lograr, incluso en los entornos más adversos.

Por: Ulises Machuca