La niña Juana, una mujer de 78 años, llegó a la casa parroquial. «Buenas, ¿está el padre?» Me pareció extraño que una anciana, ese aspecto tenía, con una mantelina que tapaba su cabeza, claro signo de que era evangélica, llegara a preguntar por «el padre». Normalmente los hermanos evangélicos me dicen «don Alcides».
La saludé y la hice tomar asiento. La notaba un poco nerviosa. Le pregunté su nombre. «Bueno niña Juana y – ¿cuál es el motivo de su visita?» – Me contó casi toda su vida de pobreza. Hasta que llegó al asunto. Necesitaba una fe de bautismo.
Había ido donde un abogado y le cobraba 800 dólares. Su pobreza no daba para gastar semejante cantidad de dinero. Regresó a la alcaldía y Melvin, el responsable del registro, le dio una nueva solución: «Vaya donde el padre que le de una fe de bautismo y con ese documento la asentamos en el registro familiar».
«Yo sentía que me iba a tragar la tierra. Pensé a saber si me recibe ese cura. ¿Y si no estaba bautizada? Ayudame Dios mío». Me contó niña Juana hasta con detalles que le sudaban las manos y pasó varias noches pensando cuando venir a buscarme.
Pero venció el temor y estaba frente a mi. Me contó que la fe de bautismo le ayudaría a sacar la partida y luego el DUI. El documento le iba a servir para «anotarse en una ayudadita que le iba a dar el gobierno».
La encontré en los libros de bautismo. Sus padres habían sido católicos. Cuando le entregué la partida me dijo: «Quiero que usted me diga la verdad, cree que será cierto lo de esta ayuda. Pues yo tengo miedo. No vaya a ser que nos anoten para hacernos jabón».
Esa ayudadita o pensión básica universal se hizo realidad y a los ancianos no los hicieron jabón, sino que el estado reconoció a los ancianos de Nueva Granada un derecho humano.
Esperamos que no pase como «Jóvenes con Todo», y terminen diciendo que no es sostenible.
Por: Alcides Herrera.