La cuenta presidencial en Twitter ha resultado ser muy singular. En las primeras semanas, el presidente desarrolló una actividad tuitera muy intensa. Disparó órdenes a diestra y siniestra. Los destinatarios respondieron con la misma celeridad. Y la multitud de seguidores del presidente aplaudió entusiasmada.
La gestión gubernamental parecía dejar atrás a las anteriores. La rapidez y la intensidad de los mensajes crearon la impresión de que el Gobierno se movía a velocidades y por rumbos hasta ahora desconocidos. Sin embargo, ese frenesí delata también la existencia de un selectivo criterio operativo. El tuiteo presidencial no es consistente. No trata todas las aristas de la problemática nacional con la misma premura e ímpetu. Ante algunos temas, guarda un silencio asombroso.
El presidente calló cuando los capturados por asaltar un bus y violar una pasajera no fueron acusados de tales delitos, según la orden que él dio, sino por resistencia a la autoridad. En realidad, los verdaderos criminales todavía no han sido capturados.
Tampoco tuiteó nada sobre los acusados de destruir una patrulla policial en Santa Tecla, los cuales, en contravención a la orden presidencial, también fueron acusados de otro delito. Ni del joven “Enero”, torturado, quemado y vejado por una patrulla policial, y luego acosado y perseguido junto con su familia por denunciar los hechos.
El presidente ha anunciado la inminencia del establecimiento de una comisión internacional para perseguir la corrupción, pero no ha urgido a los altos funcionarios, tal como era de esperarse, dada la lógica comunicacional de Casa Presidencial, presentar sus respectivas declaraciones de probidad en el plazo establecido por la ley. Asimismo, ha ignorado la irregularidad de su ministro de Hacienda, transformado en asesor para devengar un salario más alto del que le corresponde.
Otro llamativo silencio se dio cuando se hizo público el desconocimiento del destino final de los ingresos millonarios percibidos por el Ministerio de la Defensa Nacional por la operación militar en Mali. El tuiteo presidencial ha pasado por alto el lamentable estado de las unidades de la Fuerza Área, donde supuestamente debían invertirse esos ingresos en paradero desconocido.
Los generales dirán que esa información está protegida por el secreto militar. El presidente tampoco ha ordenado restituir la totalidad los viáticos que corresponden a los soldados que conforman la misión. Si el tuiteo presidencial fuera consistente, el comandante en jefe del Ejército debiera haber ordenado a su ministro de Defensa Nacional, con la misma contundencia y claridad con la que puso en evidencia el reparto de cargos y dinero del FMLN, entregar el dinero a Hacienda, pagar los viáticos completos a los soldados y permitir a la Corte de Cuentas auditar todas sus operaciones financieras.
En casos como estos, la ausencia de una perentoria orden presidencial crea un vacío difícil de comprender, puesto que la arbitrariedad policial, cada vez más frecuente y disfrazada de control territorial, la indolencia del gabinete para declarar sus bienes y la opacidad de las finanzas públicas son inaceptables. Muestran la continuidad de los antiguos vicios, en un Gobierno cuya carta de presentación es la novedad.
Estos silencios presidenciales no pueden sino interpretarse como complicidad. Connivencia con un cuerpo policial corrompido, tal vez porque no tiene alternativa para desarrollar su plan de seguridad, y con un equipo de colaboradores indiferente a la ética pública, tal vez porque no ha encontrado otros más íntegros. En estos casos, el tuiteo presidencial calla, tal vez para no poner en peligro el elevado nivel de aceptación popular alcanzado. Así, prefiere ignorar, enmudecer y bajar el perfil, mientras las arbitrariedades, los abusos y la violación de la ley siguen su curso acostumbrado.
Hasta ahora, el tuiteo del presidente no es más que una estrategia comunicacional como la de cualquier otro Gobierno. Informa de aquello que eleva su nivel de aprobación en la opinión pública, enmudece cuando intervenir lo pone en riesgo.
Las órdenes presidenciales se emiten solo en ciertos ámbitos y con una calculada finalidad. La única novedad es el medio utilizado para desarrollar dicha estrategia. No hay, pues, que confundir los mensajes de Casa Presidencial con la realidad. Hasta ahora, esa estrategia ha resultado altamente productiva. Un exitoso ejercicio de ilusionismo, muy del agrado de quienes gustan de esos juegos, que en la actualidad son demasiados. El ilusionismo ahorra enfrentar la realidad en toda su crudeza, un paso indispensable para acertar con su transformación.
Ahora bien, esa estrategia pone en entredicho el liderazgo del presidente. Guardar silencio en situaciones embarazosas es una actitud normal de los poderosos, pero es contradictorio en un mandatario que hace ostentación de cercanía, transparencia y gestión eficaz. En definitiva, Bukele no tiene tan firmemente en sus manos las riendas del Gobierno, tal como parece sugerir su estrategia comunicacional.
Por: Prensa Izcanal / Editorial UCA.