La banana, el banano o el plátano es, junto con la manzana, la fruta más consumida en el mundo y Ecuador es uno de sus principales productores. Sin embargo, su cáscara oculta muchas cosas derivadas de la ambición.
Después del petróleo, esta es «la industria de exportación más grande» en ese país sudamericano, debido a que involucra a 250.000 personas de manera directa y más de un millón indirectamente, precisa Vicente Wong, presidente de la compañía bananera Favorita. Sin embargo, su actividad económica representa un beneficio para unos y un mal para otros.
«Tenía cirrosis, pero yo no bebía alcohol»
Es el caso de Efrén Vélez, extrabajador de la industria del banano y víctima de los químicos utilizados para su producción. «El 28 de febrero de 2013, estando trabajando, salí arrojando sangre. Perdí la razón […] y ya me desperté cuando estaba en el hospital», recuerda ese hombre, quien detalla que «los médicos determinaron que tenía cirrosis […] pero yo no bebía alcohol».
Tras trabajar por más de 30 años en la industria, Vélez es uno de los muchos afectados por los pesticidas, pero su caso fue puesto de lado. «Me dijeron que, posiblemente, podían ser los químicos», pero «no se atrevieron a darme un resultado profesionalmente firmado» porque «les podía costar el puesto».
Adolfo Maldonado, médico tropicalista y responsable de investigación, salud y ambiente de la organización Acción Ecológica, precisa que los químicos utilizados no solo causan problemas a corto plazo en la piel, ojos y pulmones, sino que también provocan «un daño genético muy importante», como el incremento de los casos de cáncer jóvenes y adultos, malformaciones congénitas y hasta abortos.
«Nos fumigan igual que al banano»
Jorge García Vera, actual trabajador de la industria bananera en la localidad de Quevedo, describe sus días laborales cotidianos. «A nosotros, los trabajadores, nos tienen también como bananos porque nos fumigan igual que al banano», así que lamenta que «estamos trabajando y pasa la avioneta y, para ellos, simplemente, nosotros no valemos nada».
Esos sobrevuelos para lanzar pesticidas causan una porción significativa de las muertes y hasta intoxican a los pilotos «en pleno vuelo», así que «perdían los niveles de consciencia y acababan estrellándose», debido a que «se les confundía la visibilidad y chocaban contra cables», afirma Maldonado.
Un cambio de actitud
Este médico atribuye el problema a las grandes corporaciones, que «han llegado a decir que el glifosato es menos dañino que la sal, que el champú para bebés o que la vitamina A», unas afirmaciones realizadas por algunos de sus colegas transformados por la industria en «mercenarios».
Además, los trabajadores denuncian que su paga no alcanza el salario mínimo —especialmente, en el caso de las mujeres— y, en muchos casos, no pueden gozar de una jubilación. Además, cuando regresan a sus casas encuentran que el agua que consumen no es potable a causa de la contaminación.
«La gente prefiere dejarlo así» porque «no es de denunciar», lamenta la periodista Marta Centeno, quien cree que «deberían alzar su voz de protesta y decir: ‘eso está mal'».
Campañas para que no se haga justicia
Por su parte, Wong está «completamente de acuerdo» en cuanto a la necesidad de retirar los químicos dañinos, pero subraya que debe haber «un equilibrio» para sostener la productividad. Desde la cúspide de su empresa bananera acota que, actualmente, «la única alternativa es la biotecnología».
Pese a que, aparentemente, la legislación ecuatoriana protege de manera adecuada a los trabajadores, no se aplica; en especial, cuando las compañías realizan campañas contra los movimientos laborales para que no se haga justicia. Así, «solo podría haber haber» un cambio de actitud «cuando a las empresas les resulte más caro tener que pagar multas», señala Adolfo Maldonado, quien expresa su esperanza en que los trabajadores «puedan tener la misma voz, con la misma fuerza y el mismo potencial» que las grandes compañías.
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Por / RT Noticias.