Pocas historias de vida logran calar tan profundo en la mente de quienes las contamos. Eso nos pasó con el pintor René Girón, una persona que gracias a su perseverancia ha logrado incursionar en el mundo del arte.
Lo encontramos en una pequeña y acobijadora vivienda que funciona como casa de la cultura. Solo le asistía su compañero y amigo de trabajo y algunas de sus obras de arte.
Ahí se encuentra, rodeado de un mundo de colores que representan su mayor felicidad.
La inspiración de René Girón, nació entre arbustos de café, cuando aún era un niño y le tocó trabajar para costearse sus estudios en su natal Chinameca.
Ante mí se encontraban los maravillosos personajes, creados por uno de los talentos más reconocidos del oriente salvadoreño. Algunos frutos de la mitología salvadoreña y otros de la imaginación y los recuerdos de su niñez.
Sus obras de arte son el espejo de la ternura y el recuerdo, la admiración por la mujer y la sabiduría, el más sólido humanismo y la inocencia más hermosa de la niñez. El maestro Girón utiliza un sinfín de técnicas y formas en sus obras.
Tienes 56 años. Es una persona concentrada en cosas que no se ven a menudo. Comenzó en el arte sin saber que era el arte, pero luego entendió que ese era su mundo y que no había marcha atrás. Entró para quedarse.
Tiene esa condición noble que pocos hombres son capaz de tener. No la tuvo fácil. Es delicado e inquieto. Tiene claro el camino y lo anda con esa claridad que lo llevaron a ser maestro de arte en la casa de la cultura de Nueva Guadalupe en San Miguel, y no es para menos, su madre le heredó el don que lo ha llevado muy lejos. Es de ahí, donde surgió, la sangre de pintor.
Por Carlos Amaya.