El presidente Bukele y su vicepresidente ahora son también candidatos para ocupar inconstitucionalmente esos puestos un segundo periodo. Se desempeñarán como tales hasta que aquel no disponga otra cosa. Ambos fungirán simultáneamente como jefes del poder ejecutivo y como candidatos, porque los artículos constitucionales ocultos, descubiertos por sus asesores jurídicos, no contemplan esa circunstancia. La Constitución tampoco, dado que excluye claramente la reelección. El desempeño combinado de la dirección del poder ejecutivo y la candidatura no es una coincidencia inocua, dado el inmenso poder atribuido al presidente. Es así como estos dos funcionarios ya hacen campaña electoral, uno como presidente y el otro como vicepresidente, sin molestarse en distinguir cuándo actúan en una u otra condición.
Los dos comparecieron ante la autoridad electoral como funcionarios y candidatos para inscribir sus respectivas candidaturas. Más como lo primero que como lo segundo, a juzgar por el uso de los recursos públicos en un acto eminentemente partidario. Por tanto, su comparecencia está reñida con sus atribuciones gubernamentales. La campaña electoral de estos funcionarios comienza con una ventaja considerable sobre sus contrincantes, que no disponen, ni de lejos, de semejantes recursos. Un hecho más que vicia su reelección. En la práctica, las elecciones de 2024 no son más que un trámite para justificar malamente una institucionalidad democrática inexistente.
Una vez decididos a reelegirse, a pesar de ser inconstitucional, la decencia aconsejaba renunciar a los cargos antes de inscribirse como candidatos. Pero una mezcla de ambición y desconfianza impide que Bukele abandone el puesto de mando en otras manos. No confía en sus allegados como para dejarles el poder hasta el 1 de junio del próximo año. Su vicepresidente, un accesorio de la coreografía, no puede ser menos. Permanece en el elenco porque ha desempeñado satisfactoriamente el papel asignado por las guionistas de Casa Presidencial. Su exploración en las profundidades de la Constitución para dar con los artículos escondidos no ha sido poca cosa.
Si al final, Bukele tiene a bien interrumpir el ejercicio de la presidencia para cumplir con la formalidad de introducir un intervalo entre lo que han dado en llamar el primer y el segundo periodo, es muy dudoso que su sustituto goce de independencia para gobernar. El designado deberá responder ante la sociedad y la ley por unas decisiones impuestas por Bukele y sus socios. Esto ya ocurre en otros niveles de la dictadura. La alcaldía de Soyapango, cuya alcaldesa fue fulminada y encarcelada por ir demasiado lejos, es ahora gobernada por la comisionada presidencial. Esta funcionaria, cuya ética ha sido cuestionada, ha anulado al consejo municipal con la conformidad y colaboración de sus integrantes. La dictadura no puede arriesgarse a que el municipio más poblado de San Salvador sea gobernado de forma independiente, tal como ordena la ley. Si esto ocurre en Soyapango, con mucha mayor razón en el ámbito nacional. Un sustituto independiente en la presidencia es demasiado riesgo para los Bukele. No vaya a ser que se le suban los humos y se quede con el mandado.
La única promesa reelectoral conocida de Bukele es la conservación del estado de excepción. Es él o el caos. La dictadura se asienta cada vez más en el miedo a la anarquía social. Pero ese dilema es falso. Las pandillas crecieron y se consolidaron porque les permitieron que pasara, incluso el mismo Bukele. No solo las toleraron, sino también pactaron con ellas para mantener las apariencias de una buena gestión gubernamental. Además, la represión no es tan eficaz como aparenta Bukele. Sin embargo, su campaña reelectoral descansa en el terrorismo estatal. Nada extraño, dado que esa es la razón fundamental de su popularidad. La eficacia del terror está probada históricamente desde 1931. En ese entonces, el miedo al comunismo dejó a la sociedad a merced de los caprichos de la oligarquía y los militares. Comunismo era cualquier reforma al orden establecido. En el orden de Bukele, el miedo a las pandillas tiene a la gente a sus pies.
Más allá del terror, Bukele tiene muy poco que ofrecer por falta de recursos humanos y financieros. La incompetencia es manifiesta en el sinnúmero de obras emprendidas, pero no concluidas; prometidas, pero no realizadas; o ejecutadas y malogradas. Tampoco dispone de fondos para cubrir los gastos de funcionamiento. Casi la cuarta parte del presupuesto la destina a pagar una deuda que, en lugar de disminuir, tiende a crecer. En su segundo mandato, rozará el 80 por ciento del producto interno bruto si no se presentan catástrofes medioambientales, a las cuales el país es muy vulnerable. La baja inversión, el débil crecimiento de la actividad económica, la disminución del ingreso y el aumento del gasto y la corrupción tienden a elevar aún más la deuda. Estas estrecheces no dejan mucho margen para otra cosa que no sea represión y terror.
Por: Rodolfo Cardenal.