La historia de una adolescente operada dos veces y una madre que rompe el silencio sobre el Hospital de Nueva Guadalupe.

“Mi hija estaba entre la vida y la muerte”, dice Ana, aún con la voz quebrada.

Ana, nombre ficticio para proteger su identidad, recuerda con exactitud el día en que la vida de su hija cambió. Era 30 de marzo de 2024 cuando llevó a su hija adolescente, de 16 años, al Hospital de Nueva Guadalupe, San Miguel, por un dolor abdominal intenso. Una ultrasonografía reveló que la joven tenía un quiste que cubría totalmente uno de sus ovarios. La cirugía debía realizarse cuanto antes, le dijeron.

3 de abril de 2024: la primera operación.

La intervención fue programada como cirugía de emergencia para el 3 de abril de 2024. Ana firmó los documentos, confiando en que su hija estaba en buenas manos.

Tras la operación, la médica a cargo informó —sin mostrar evidencia física ni imágenes— que había tenido que extraer el ovario y el quiste. Dieron de alta a la joven. La familia regresó a casa sin imaginar lo que vendría después.

Dolor creciente y una semana hospitalizada.

A los pocos días, la adolescente comenzó a presentar dolores intensos y secreciones anormales. Ana regresó con ella al hospital, donde fue ingresada nuevamente y permaneció una semana hospitalizada, con diagnóstico de “infección de vías urinarias”. La dieron de alta el jueves 18 de abril de 2024. Pero al llegar a casa, los dolores volvieron con más fuerza.

19 de abril de 2024: “Es psicológico”, dijeron.

Ana regresó al hospital el 19 de abril de 2024. Ahí, según cuenta, algunos miembros del personal insinuaron que su hija necesitaba psicólogo, minimizando el dolor evidente que presentaba.

Desesperada, Ana suplicó una nueva ultrasonografía. Solo un médico accedió —“por humanidad”, asegura ella— a ordenarla como emergencia. Aun así, el examen no se realizó sino hasta las 4:00 de la tarde.

La ginecóloga que realizó el estudio pidió comunicar de inmediato al médico de turno, pero nadie llegó. Al insistir Ana, la especialista finalmente le explicó que se trataba de una situación grave, y que la adolescente debía ser trasladada de inmediato al Hospital San Juan de Dios de San Miguel.

20 de abril de 2024: operación de emergencia en San Miguel.

Esa misma noche la trasladaron. En San Miguel, la ginecóloga fue categórica: La joven tenía una lesión grave en la vejiga, producto de la cirugía realizada en Nueva Guadalupe. Su vida corría peligro.

La ingresaron de emergencia al quirófano, donde la operaron por segunda vez en menos de tres semanas.

“Mi hija estaba entre la vida y la muerte”, dice Ana, aún con la voz quebrada.

El 24 de abril Ana pedía oraciones a sus hermanos de Iglesia: Hermanos amigos familia por este medio pido de sus oraciones les suplico que me ayuden ha orar por mi A.Y. a ella le han hecho dos cirugias y me dicen que es posible que le hagan una tercera cirugia por eso en angustia pido de sus oraciones unance porfavor en clamor a mi Dios en favor de mi niña Dios les bendiga a todos ella esta ingresada en el hospital san juan de dios de san miguel” (sic).

El silencio obligado y una denuncia que llega tarde, pero llega. Después de la segunda cirugía, Ana quiso denunciar lo ocurrido. No encontró apoyo institucional, sintió miedo y finalmente desistió. Hoy, tras ver otras denuncias similares contra el mismo hospital, decidió hablar. “No quiero hacerle daño a nadie, pero tampoco quiero que otras madres vivan esto. Mi hija casi se muere.”

Un médico del hospital habla y revela fallas estructurales.

Un médico del Hospital de Nueva Guadalupe —que pidió anonimato— confirmó que el problema va más allá de un caso:

“A los pacientes no se les entregan copias de exámenes ni diagnósticos. Hasta tenemos prohibido dar recetas en papel. Todo queda dentro del sistema. Así, si hay negligencias, los pacientes no tienen pruebas.”

El médico también señaló que se implementó un código QR para que los pacientes puedan denunciar, pero: “La mayoría no sabe usarlo. Algunos empleados presionan a los pacientes a usarlo, aunque no entiendan”.

También mencionó que la responsabilidad está cayendo sobre los empleados y no se toma en cuenta los problemas del sistema: “Se denunció que aquí no se usaba la jeringa adecuada para extraer sangre. Si perforan mal a un niño, la culpa recae en la enfermera, no en quienes abastecen el hospital.”

Una madre que busca justicia.

Ana cierra con una frase que le ha dado fuerza para hablar ahora: “Si yo no digo nada, ¿quién va a decirlo? No quiero que otra niña pase por esto.” Su testimonio se suma a una creciente lista de denuncias por fallas graves y posibles negligencias en el Hospital de Nueva Guadalupe.

Prensa Izcanal.