La gran debilidad del presidente

El secretismo gubernamental se extiende como mancha de aceite hasta incluir información inocua. El Ministerio de Salud ha reservado prácticamente toda la información institucional, incluida la estadística epidemiológica, un instrumento fundamental para controlar las enfermedades endémicas.


El secreto militar es un baluarte que protege al Ejército, la Policía y la inteligencia de los curiosos. El Ministerio de Agricultura oculta sus actividades y gastos como cualquier corporación privada. Y así sucesivamente. La información relacionada con el poder ejecutivo es tan sensible que está protegida por el secreto de Estado. Sin embargo, ahí donde se escarba aparece la negligencia, la malversación y la corrupción.

Así, pues, el secreto tiene sus razón de ser: oculta tanto la incompetencia como la corrupción del poder ejecutivo. El presidente Bukele administra directamente el acceso a la información sobre su gestión. La ciudadanía solo tiene acceso a lo que se considere oportuno, y la oportunidad la dicta la narrativa publicitaria de Casa Presidencial. La información es dosificada como si la ciudadanía fuera menor de edad. La vuelve dependiente del mandatario y, en esa medida, la infantiliza. Trata de evitar a toda costa que piense por sí misma y dude de la actuación presidencial. Busca la subordinación total para facilitar la manipulación. El secreto es un instrumento útil para condicionar a gran parte de la ciudadanía a no creer en nadie más que en Nayib Bukele.

Los argumentos con los que se intenta justificar el secretismo gubernamental son cada vez más extravagantes, hasta el extremo del ridículo. El Ministro de Hacienda es un buen ejemplo del absurdo presidencial. Este curioso funcionario reaccionó airadamente contra la Corte de Cuentas por revelar que él dispone de fondos para cancelar la deuda con las alcaldías. Esa información, a su juicio, desprestigia su ministerio. Y agrega, a modo de explicación, la “situación muy complicada en la caja fiscal”, afirmación que no contradice el hallazgo de la auditoría, ni prueba con balances financieros. La cuestión no es si hay o no fondos en hacienda, sino que se difundió información sin autorización del presidente. Por esa razón se despidió al presidente del Banco Central de Reserva; el anterior ministro de Hacienda renunció antes de ser despedido.

Los ministros y los otros altos funcionarios no gozan de libertad para pensar y actuar. Dependen directamente de las órdenes presidenciales. Piensan, dicen y hacen según lo que les es ordenado. Así lo reconocen ingenuamente en las veloces respuestas a los tuits presidenciales. Aparentemente, trabajan 24/7 en el terreno. En realidad, son figuras sobre un escenario mediático, donde el pueblo no es más que el telón de fondo. Todos son descartables. Interesa su lealtad total al presidente, no sus competencias. Aquellos que ahora son candidatos a diputados serán reemplazados rápidamente por otros incondicionales. Ningún otro requisito es exigido, puesto que el presidente determina el qué, el cuándo y el cómo hacer.

Aparentemente, esta manera de proceder resulta más eficaz que el trabajo en equipo. La centralización exalta al presidente como proveedor diligente, pero tiene la desventaja de que también carga con los fracasos. Los reveses son muy probables, porque es humanamente imposible que Casa Presidencial pueda dirigir el día a día del poder ejecutivo. El impacto de la publicidad no suple los resultados reales. Distrae un tiempo, hasta que la realidad se impone inexorablemente. Cuando la narrativa no entrega lo que promete, la opinión favorable se revierte y el encanto de la dependencia se rompe. Los estruendosos fracasos electorales de Trump y Bolsonaro son avisos que no pueden despreciarse.

El secretismo gubernamental se extiende como mancha de aceite hasta incluir información inocua. El Ministerio de Salud ha reservado prácticamente toda la información institucional, incluida la estadística epidemiológica, un instrumento fundamental para controlar las enfermedades endémicas.La información independiente representa una amenaza para la narrativa presidencial. Por eso es contestada como un ataque directo contra un presidente identificado con su pueblo, aunque no se mezcla con él ni lo escucha. En consecuencia, contradecir al mandatario es atacar al pueblo. El presidente Bukele se escuda en el pueblo para satisfacer sus ambiciones personales. Se sirve del pueblo, pero no sirve al pueblo. Un cartel, exhibido en una de las cada vez más frecuentes protestas callejeras, lo ha captado agudamente: “Nayib ama tanto a los pobres que los multiplica”. Casa Presidencial desestima estos mensajes como electoralmente viciados. El horizonte electoral en el que se mueve desde junio del año pasado le impide captar la advertencia.

Por: Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.La información veraz y la prensa independiente ponen en entredicho la narrativa oficial, de la cual depende el éxito de la gestión del mandatario. La irracionalidad y la agresividad de las reacciones presidenciales ponen de manifiesto el poder del pensamiento crítico y de la libertad de opinión. Son reacciones alimentadas por la inseguridad de quien sabe que gobierna desde la ficción mediática. Es miedo a que los vientos de libertad que comienzan a soplar con fuerza derrumben el castillo de naipes tan esforzada y costosamente construido. En definitiva, esta es la gran debilidad de la presidencia de Bukele.

Por: Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.