La Farsa del Concurso de Belleza: La Ilusión de un País Perfecto

En este país tercermundista, gobernado por el dictador megalómano y mitómano llamado Nayib Bukele, se gesta una artimaña de proporciones monumentales. Con la intención de engatusar a la prensa internacional y mostrar al mundo una imagen de perfección y esplendor, el autócrata decidio organizar un fastuoso concurso de belleza internacional en la capital del país.


Deseoso de ocultar la realidad de su nación, plagada de pobres, pordioseros, borrachitos, vendedores informales, perros callejeros y baches, el dictador implementó un plan astuto. Convocó a sus seguidores más devotos y creó una vitrina artificial, una fachada deslumbrante, para camuflar la miseria latente y los problemas sociales que corroen los cimientos de la sociedad.

Ha procedido a prohibir la presencia de cualquier señal de pobreza durante la duración del concurso. Los mendigos fueron llevados a áreas alejadas, los vendedores informales fueron dispersados y los perros callejeros fueron trasladados a refugios inadecuados. Una limpieza visual meticulosa se lleva a cabo para que la ciudad luzca impecable a los ojos de los visitantes y de los medios de comunicación.

Mientras la prensa internacional llega maravillada por la aparente perfección del país anfitrión, las cámaras capturan únicamente una realidad ficticia. Algunas calles están limpias, los jardines relucientes y las estructuras decoradas con espléndidas luces. El dictador se pavonea, presentando esta visión falsa como el auténtico rostro de la nación.

Sin embargo, tras los brillantes atuendos de los concursantes, la ostentosa parafernalia y el encanto superficial, se esconde una verdad incómoda. La falta de inversión extranjera, la corrupción desenfrenada y la desigualdad social persisten en las sombras, sin que la máscara de belleza las pueda ocultar por mucho tiempo.

El Pueblo Potemkin del dictador Bukele, similar a la ilusión histórica de las aldeas falsas erigidas para impresionar a Catalina la Grande de Rusia, resulta ser un decorado ficticio, una artimaña destinada a deslumbrar pero incapaz de encubrir la cruda realidad que yace detrás de la vitrina.

La farsa del concurso de belleza ejemplifica la esencia de un régimen que opta por maquillar su faz, desviando la mirada de sus fallos, en lugar de abordar y resolver sus problemas fundamentales. Este relato, al igual que la alegoría del Pueblo Potemkin, nos recuerda la importancia de desentrañar la verdad más allá de las fachadas engañosas que algunos intentan presentar al mundo.

Por: David Alfaro.