Crónica de Dina A. González.
Siempre he confiado en el sistema de salud público. No porque no pueda pagar, sino porque el Estado está obligado a brindar servicios de salud a toda la población. No de gratis, pues todos pagamos impuestos, de donde el gobierno construye la infraestructura y paga los salarios del personal sanitario. Nosotros los ciudadanos somos los empleadores en este caso y ellos nuestros empleados. Por nosotros tienen trabajo, pero hoy si se sentaron en la olla.
Mi nieta tiene tos. Como usuaria de la salud pública, garantizada en la Constitución, la llevé a consulta al Hospital Nacional de Nueva Guadalupe.
Llegamos a las cinco de la tarde. El hospital tiene servicio de emergencia y atiende veinticuatro horas. Había dos médicos, que todo el tiempo que estuve en la sala de emergencia se dedicaron a recorrer de arriba abajo. Había pocos pacientes esperando, solamente una señora mayor que, al parecer, ya la habían atendido y un niño de 14 meses que tenía vómito, quien había llegado desde las 4, una hora antes que nosotros.
A las 6 y 40 un enfermero, por órdenes del doctor (este mismo que voy a decir su nombre después), casi dos horas después, me pidió el nombre de la niña. Me dio una hoja para que fuera a sellarla y después buscó el expediente. Seguimos esperando.
Al filo de las 7:20 llegó la pediatra. Revisó primero al niño de las 4 y luego a mi nieta. Muy diligente le dejó tres terapias, un hemograma y placas de tórax. Nos tardamos casi 3 horas para que le realizaran una terapia. Llegamos a las 9 de la noche.
El personal va y viene y el hemograma no está. Nadie atiende solo van y vienen como dueños de la hacienda.
Aquí les cuento lo peor hasta esta hora.
Bajo mi exigencia del examen. A esa hora ya se le había acabado la pacha a la niña, me dice el doctor que tenga paciencia. “Es que paciencia he tenido desde las 5 de la tarde, pero no ando más pachita para la niña”.
Ah, la hora. Son las 10:45. En todo este relajo se me caldea la sangre. No hemos cenado, andamos la niña enferma y el médico, que dice llamarse Villeda, con toda la potestad que le da la chaqueta y el cargo saca a mi yerno del hospital. Argumenta que solo un acompañante debe estar por paciente, “pero es que mi yerno es el papá de la niña, o sea y si no está la mamá de la niña pues estoy yo”.
En todo el regodeo de poder se va y trae al vigilante. El pobre hombre tiene que hacer lo que el patrón dice, y pues, nada, a las 10:55 nos salimos con la niña pinchada, con catéter y sin resultados de hemograma y sin medicina, solamente con la dignidad muy en alto porque nadie, por médico que sea, me va a “joder la nieta”, ni al yerno.
Creo que hasta mucho aguantamos, pobre de la gente que queda ahí porque se van a tener que callar a ese médico y en su afán de poder, puede hacer cualquier cosa.
Por: Alcides Herrera.