Desde hace al menos dos semanas se han registrado grandes incendios forestales en Bolivia y Brasil, siendo este último donde se originó el principal foco, específicamente en el estado de Rondonia. Hasta ahora se estima que han sido destruidas 500.000 hectáreas de bosque entre Brasil y Bolivia, y se ha empezado a extender hacia Paraguay y Perú.
Según reportes de las autoridades del lugar, el incendio forestal no ha podido disminuir con el paso de los días y sigue avanzando en la zona forestal de la Amazonía.
El director del Programa para Amazonía del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), Ricardo Mello, aseguró que en la región de la Amazonía no existen procesos naturales que provoquen incendios, por lo tanto, el incremento es por la acción directa del ser humano.
Ane Alencar del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia, dijo que los incendios se deben al aumento en la deforestación, provocada por granjeros para obtener tierras de cultivo. A esto se le suma la expansión de infraestructura vial y de la frontera agrícola y ganadera, el aumento de cultivos ilícitos y el tráfico de madera. Un negocio de bandas criminales, así como de gobernantes locales y nacionales.
La respuesta a los crecientes incendios apunta en una sola dirección: la deforestación para fines comerciales y la falta de políticas ambientales para proteger la Amazonía.
Desde la llegada de Jair Bolsonaro al Gobierno de Brasil se estima que la deforestación se ha triplicado, pues solo en julio se talaron 2.254,8 kilómetros cuadrados de bosques, es decir, 278 por ciento más que en julio del año pasado, según las cifras del INPE en junio pasado.
Y es que Bolsonaro ha emprendido una política de explotación de tierras para hacer de la Amazonía una zona económica con «un desarrollo similar al de Japón». Por ello, ha criticado que «el 60 por ciento del territorio está inmovilizado con reservas indígenas y otras cuestiones ambientales».
La selva amazónica es considerada el pulmón del mundo por una razón muy importante: absorbe 1.000 millones de toneladas de dióxico de carbono (hace tres década eran 2.000 millones), lo que evita la concentración de gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático.
Por: Prensa Izcanal / teleSUR.