El papa Francisco no pensaba solo en El Salvador de Bukele cuando comentó a un medio argentino sobre las crisis políticas que sacuden en la actualidad a América Latina y a otros continentes. Pero sus comentarios, valientes y lúcidos, invitan a reflexionar sobre la realidad salvadoreña. El papa reconoce la existencia inevitable de esas crisis. Pero ese no es el problema, sino el no saber resolverlas, porque, en estos casos, las sociedades tienden a buscar “un mesías que venga a salvarnos de afuera”. La gente se aferra a los milagros y los mesías con la expectativa de que resuelvan las crisis de forma mesiánica. Pero ese empeño, advierte el papa, es irreal, porque “el mesías es uno solo y nos salvó a todos. Los demás son todos payasos de mesianismo”. En segundo lugar, porque “ninguno puede prometer la resolución de los conflictos, si no es a través de las crisis”, ya que ellas disparan las alarmas. Las crisis no solo son inevitables, sino necesarias para avanzar.
La cuestión no es, entonces, eludir las crisis, sino saber identificar el conflicto que las causa para enfrentarlo y resolverlo. La mejor manera, según el papa, es ir “hacia arriba” y no ir solo. Aquí el papa se refiere a la imagen del árbol y sus raíces, una de sus comparaciones preferidas. Las raíces, en plural, captan la humedad y los nutrientes de la tierra, y los lanzan hacia arriba, a través del tronco, hasta alcanzar la copa del árbol. Si esa conexión se interrumpe, el árbol se seca. Los conflictos no se superan desde la soledad del poder, sino desde el arraigo firme en quienes los sufren.
Las raíces refieren también a la tradición, en el buen sentido. La tradición, continúa el papa, constituye a la persona y la sociedad. Sin ella, la vida no es viable. “Todos tenemos una tradición, todos tenemos una familia, todos nacimos con la cultura de un país, una cultura política”. Por tanto, la resolución de los conflictos pasa por hacerse cargo de esa tradición. Por eso, Francisco insiste en la relación entre las personas mayores y los jóvenes, entre los abuelos y los nietos. La experiencia y la sabiduría de la edad enriquecen la iniciativa y la creatividad de los jóvenes. Y el ansia de vida y la alegría de estos rejuvenecen a aquellos. Los mesías, en cambio, pretenden romper con la tradición para erigirse en seres inimitables. Sin embargo, agrega el papa, “las rupturas no son buenas. O se progresa por desarrollo o terminamos mal. Las rupturas te dejan fuera de la savia de un desarrollo”. Secan el árbol, que luego tiran y convierten en leña.
Los flautistas, previene el papa, reniegan de la tradición, desarraigan el árbol y confunden, alegando que hacen todo nuevo y único. En realidad, esconden los conflictos, que se enconan y suscitan crisis incesantes. Estos políticos, según el papa, son como “el flautista de Hamelin, que tocan la flauta, vos crees que todo es flauta, vas allá y todos se ahogan”. Y agrega: “Yo les tengo mucho miedo a los flautistas de Hamelin, porque son encantadores. Si fueran de serpientes, los dejaría, pero son encantadores de gente… y las terminan ahogando. Gente que se cree que de la crisis se sale bailando al son de la flauta, son redentores hechos de un día para el otro”.
Las crisis deben gestionarse con sabiduría, “son como voces que nos señalan dónde hay que proceder”. Sin embargo, añade el papa, a veces “falta esa capacidad de gestionar las crisis y de hacer aflorar la propia cultura”. Desecharla es desarraigar la sociedad e inhabilitarla para responder creativamente. Las crisis se superan desde abajo hacia arriba, desde las raíces hacia las alturas. No al revés, porque entonces la savia de la vida no circula. Los mesías reniegan de la tradición, de la cultura y, en definitiva, de la identidad popular para apropiarse más fácilmente de la sociedad y colocarla al servicio de sus delirios de grandeza.
Desde otra perspectiva, las crisis actuales muestran la ausencia de “protagonistas de humanidad”, que hagan ver a los abandonados y los desesperados su poder para transformar la inhumanidad prevaleciente en solidaridad y compasión. El mesías solitario y endiosado es incapaz de infundir humanidad donde hay barbarie. A este propósito, el papa tiene a bien recordar que “explotar a la gente es uno de los pecados más graves” y, por tanto, uno de los pecados del mundo que debe ser quitado. “Verdugo no es solamente aquel que mata a una persona, sino también el que explota a una persona”.
La sociedad verdaderamente humana cuida de la viuda, del huérfano y del extranjero. “Si una sociedad cumple estas tres cosas”, señala el papa, “anda fenómeno, porque se hace cargo de situaciones límites” y “si se hace cargo de las situaciones límites, lo hará con las otras también”.
Por: Rodolfo Cardenal.