La Sonora Tropical, del Cacerío Loma Grande de Nueva Granada Usulután, alimenta la cultura de la música de Chanchonas en nuestro país.
En el troncón de un viejo árbol en el patio de una casa campesina del cantón Loma Grande, un hombre desgrana notas musicales de su vihuela; como un trovador de la edad media alegra la tarde de su casa y su entorno cercano. Es Adalberto Nolasco, “Betillo”, como le dicen cariñosamente en su rumbo. No es para menos, Adalberto es un hombre de sonrisa fácil y palabra amable.
“Betillo” tiene entre sus querencias: la tierra que trabaja a diario, su familia y la música. De esta última ha recibido tantas alegrías como cuando ve los frutos de su parcela. Como es hombre que siempre le pone pies a sus ganas de hacer las cosas, junto con algunos miembros de su familia ha formado un grupo musical, una “chanchona”, a la que han llamado con orgullo “La Sonora Tropical”.
Hoy tienen una presentación, los invitaron a la celebración de los adultos mayores en el municipio de Nueva Granada, Usulután. Por eso ha convocado al grupo, que poco a poco va llegando. Los primeros son los dos violines; luego el bajo, acuden la conga y timbaleta. El grupo está completo. Son gente que le gusta la música y por ello no salen sin haber ensayado las canciones, al menos, un par de veces. Así que antes de encaminarse al pueblo se “desentumen” los dedos tocando algunas melodías; tal como lo haría un deportista para dar lo mejor de sí.
La idea del grupo les surgió por el año 2000. En aquel momento contaban con un solo instrumento, el bajo o contrabajo, como también se le conoce. Como siempre la falta de recursos es un obstáculo para proyectos como este, fue difícil la situación puesto no les permitió arrancar de la forma que ellos hubieran querido, sin embargo, no les detuvo.
Ya en el pueblo, en el local donde será el evento, instalan sus instrumentos de cuerda. Mientras afina su vihuela, “Betillo”, recuerda con nostalgia lo difícil que ha sido mantener de pie al grupo. A veces han desmayado, pero la pasión común que sienten por alegrar los corazones de quien les escucha, ha sido más fuerte. Levanta su rostro y dirige su tenaz mirada hacia el horizonte mientras me cuenta. Sueña con tener más oportunidades para desarrollar su arte. Un destello de luz penetra su rostro, a lo mejor es una señal que su tenacidad lo llevará muy lejos.
Inician el concierto. Sus trajes azules representan el patriotismo que llevan en su interior y los sombreros, sus orgines campesinos que llevan con mucho orgollo, quizá como pocos. Hay sonrisas a doquier. Los sabios y arrugados rostros lucen diferente, un brillo alegre surge de sus miradas. Se levantan de sus asientos y empiezan a mover sus cuerpos. Bailan al son de la Sonora tropical. A muchos les hace recordar sus tiempos de juventud, cuando al cantar de las chanchonas levantaban polvo con sus pretendientes “¡Hay! Qué tiempos aquellos” murmuran. El grupo no cobra en este evento. Es una manera de retribuirle al pueblo el inmenso cariño y devolverle a los ancianos un poco de lo que han dado por esta sociedad.
La presentación terminó. Se echan al hombro sus instrumentos y agarran camino. Su hogar queda a 3 kilómetros del pueblo. A pie está a unos 40 minutos. En el andar, “Betillo”, felicita a su padre, sus hermanos y su sobrino. Tuvieron una buena presentación. Quedó reflejado en la notoria alegría de los adultos.
Mientras camina, me cuenta que surgieron de la humildad de un hogar de una familia unida. Siempre han vivido en el oriental pueblo de Nueva Granada. Son campesinos. Por la mañana cultivan la milpa y por la tarde le dedican tiempo a su gran pasión: la música. Dejan a un lado el cansancio. Pareciera que esa palabra no existe para ellos cuando crean el ritmo con sus manos ampolladas por lo duro del trabajo. Son seis integrantes, todos pertenecen a una misma familia. El amor por la música los unió para conformar una chanchona, al principio sin nombre, luego le llamaron “sonora tropical”.
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“Para levantarnos nos ha costado mucho, pero con esfuerzo y sacrificio todo es posible” relata aquel hombre optimista, mientras camina a paso lento, seguramente por el instrumento que carga, parece nada derrotarlo. Agradece además la ayuda de un amigo en el país del norte, de esos tantos que a diario salen del país dejando su corazón en este pulgarcito. Fue gracias a esa ayuda que compraron su primera consola, describe ese gesto de solidaridad “como cuando alguien se va subiendo a un árbol y le dan un empujoncito para llegar arriba” así de bonita ve la vida.
“Betillo” dice que la música en su familia es natural, la llevan en la sangre. Cuenta que su abuelo formó parte de un grupo durante muchos años hasta su muerte y que el primer violín que tuvo su padre fue elaborado de un troncón de aceituno, de esos frutos que dan semillas para hacer el “jabón negro” me dice, “Nosotros en las venas llevamos la armonía de seguir ese legado de nuestros ancestros” habla con una seguridad notoria en su tono de voz.
Hemos llegado a su hogar. Vive a la orilla de la calle, desde ahí se puede apreciar lo bello de la naturaleza: Los cerros y montañas, los árboles de amate, de tigüilote y de eucalipto, de los famosos papaturros, como dice la canción de un grupo reconocido en el país. Los rostros de los músicos están sudados, sus pies polvorientos por las calles en muy mal estado. El clima en la comunidad es seco, muy seco. El sol sofocante. Apenas es enero, falta al menos cinco meses para que caiga la lluvia, para que los arboles florezcan y den sus frutos. Un vaso de agua apacigua el clima.
Al encuentro sale su hijo menor, es un adolescente, se llama Adalberto como su padre, tiene 14 años ya va octavo grado, estudia en la escuela del pueblo, y Si, también le toca caminar para preparase para la vida. Su hija mayor se llama Norma Elizabeth, Normita para ellos, tiene 20 años y trabaja en una empresa constructora en la capital, de ahí saca para sus estudios. Estudia administración de empresas en la única universidad pública del país. “Betillo” no quiso tener más hijos, la pobreza no se lo permitió.
Inspirado en la vida de la campiña, “Betillo” lanzará en los próximos días una canción que han titulado “El arte de la música” dedicada a aquellos hombres y mujeres que labran la tierra en el campo de sol a sol.
Por Carlos Amaya.