Le gusta trabajar. Lo hace desde pequeña. Vende las típicas tostadas y pastelitos en una vieja ramada a las orillas de la carretera. Esta es la historia de Ana Torres.
Ana Torres, mujer emprendedora con la fuerza del agua que abre camino. Vende platillos típicos desde hace 9 años bajo su ramada de carpeta y lámina. A un lado de la carretera, entre Jucuapa y Usulután, allí se encuentra. Le faltó la oportunidad de estudio; le faltó la oportunidad de trabajo formal, sin embargo no cruzó los brazos y montó su pequeño negocio, donde no solo vende comida, también frutas.
Siempre ha sido comerciante, dice. Vende desde muy chica. Antes lo hacía de casa en casa. Era más difícil pues tenía que recorrer muchas comunidades, pero era la única forma de llevar el sustento a su hogar. Luego pasó a vender en el mercado municipal, donde también probó la suerte.
Se oye el pito de un carro, Ana levanta la vista, es la señal; un sedán se detiene frente su negocio en el lado opuesto de la carretera. Ana corre a mostrar su producto. Vuelve con una sonrisa, hubo venta. Dice que desde que se instaló en esa pequeña champa en el 2009, las ventas han aumentado. Muchas veces le toca extender los horarios de labor para no quedar mal con los clientes asegura.
Vive en Las Cruces, Cantón Joya Ancha arriba, municipio de Santa Elena, Usulután. Tuvo siete hijos. “A todos los saqué adelante”, dice con orgullo, “con esto mire”, sigue, mientras señala su pequeño negocio. “¡Aay! Dios me guarde” reacciona al preguntarle qué tan importante ha sido el negocio para su vida “me ha servido para darles la comida y el estudio a mis hijos” responde; quien además indica que ha aprendido de los duros golpes de la vida.
Inspirada en su nostalgia, vivencias y afectos, Ana no piensa detenerse en este caminar. Sueña con tener un local propio en donde pueda seguir produciendo sueños. Quiere mejorar sus condiciones de emprendedora. Su familia le da la fuerza para seguir adelante apuntó.
Por Carlos Amaya.
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