Don José, medio siglo dando alma a los zapatos de Ciudad Barrios

Don José, zapatero de Ciudad Barrios.

A las seis en punto de la mañana, cuando el sol apenas asoma entre las montañas de Ciudad Barrios, ya don José Fuentes está sentado en su banca de siempre, en el parque central. Frente a él reposan sus herramientas: el burro de hierro, un martillo gastado, agujas, tijeras y tenazas. A su lado, dos sacos repletos de zapatos que esperan volver a caminar gracias a sus manos.

El parque no está solo. Justo enfrente se levanta la Iglesia Parroquial y en una de las esquinas cercanas se encuentra la casa donde nació Monseñor Óscar Arnulfo Romero , orgullo de este pueblo. Ciudad Barrios siempre ha sido punto de encuentro: desde comunidades vecinas como Carolina, San Antonio del Mosco, San Gerardo o Nuevo Edén de San Juan llegan comerciantes y campesinos para vender y comprar. Don José recuerda que cuando inició su trabajo, el parque se llenaba de caballos y carretas cargadas de granos, leña y café. Las calles eran de tierra, y el polvo se levantaba con el paso de los animales. Hoy, casi todos esos pueblos están conectados por carreteras de asfalto, aunque Ciudad Barrios aún guarda su esencia: un pueblo rodeado de cafetales, donde el aroma del grano recién cortado perfuma el aire.

Pie de hierro, herramienta que usan los zapateros.

Don José tiene 72 años y más de medio siglo de ser zapatero. Llegó a Ciudad Barrios cuando tenía 22, desde San Francisco Gotera, en busca de trabajo. Lo recuerda con claridad: aquel día compró una charamusca y se sentó en una banca de cemento. Allí observó fascinado cómo un viejo zapatero, Mateo, reparaba unos zapatos con paciencia y precisión. Ese fue el inicio de todo: Mateo se convirtió en su maestro y desde entonces no se apartó del oficio.

Don José, utilizando una lezna para cocer un zapato.

En el parque se instalan todos los días tres zapateros y cinco lustrabotas, quienes le dan vida al lugar con el sonido de martillos y el brillo del betún. Don José nunca faltó a su rincón salvo por enfermedad o cuando viaja a Gotera a visitar a su familia.

La vida también le dio amor. Aunque en Ciudad Barrios no quiso tener novia, todos los fines de semana viajaba hasta Gotera para cortejar a una muchacha. Finalmente la conquistó, se casaron y construyeron su primera casa. Años después, la trajo a vivir con él a Ciudad Barrios, donde levantaron un hogar y un taller.

Leznas, sirven para cocer a mano el cuero y suelas de los zapatos.

El mediodía marca el cierre de su jornada en el parque, pero no el final del trabajo. Por la tarde, en su taller casero, continúa reparando y entregando zapatos reconstruidos. El oficio nunca se detiene. Cobra un dólar por pegar un zapato y entre tres y cinco por coserlo. “No me he hecho rico, pero he vivido”, dice con una sonrisa tranquila.

Aunque en la sociedad actual muchos prefieren comprar zapatos nuevos antes que repararlos, todavía hay quienes valoran la labor del zapatero:

– “Yo sí mando a reparar zapatos. Por ejemplo, me gustan mucho y si se arruina una hebilla, se la pongo de nuevo”.

– “A mí me gustan los de tacón. El otro día se me cayó la tapita de plástico y como me encantaban, los llevé a reparar”.

– “Me regalaron unos zapatos lindos, pero no venían cocidos y se despegaron. Los mandé a coser y me han durado años”.

– “Ahora cuesta encontrar zapateros, pero en el mercado hay un señor que siempre me hace los arreglos”.

Porque los zapatos no son un objeto cualquiera: guardan comodidad, recuerdos y hasta historias compartidas. Y en cada par reparado por las manos de don José, late también la memoria de un oficio que se resiste a desaparecer.

Por: Prensa Izcanal.