
Isabel nunca imaginó que el mal olor que salía de la boca de su hijo era una señal de que algo terrible se estaba gestando dentro de él. Ella es madre soltera de tres hijos. El menor, de cinco años, es parapléjico. A finales de mayo, como cualquier madre preocupada, llevó al niño a la Unidad de Salud de Soyapango, justo al lado del hospital psiquiátrico. Había notado que su hijo despedía un olor fétido desde la boca, un olor que antes no estaba.
“Es normal ese olor, ¿verdad que no le lava la boca muy seguido?”, le dijo la enfermera, sin mirarla siquiera a los ojos.
Revisión superficial. Una receta con acetaminofén y un suero. Nada más. La despacharon. Pero al día siguiente, Isabel vio algo que le heló la sangre: un gusano moviéndose en la nariz del niño. La sangre le brotaba. El olor era insoportable. El gusano barrenador había llegado a su casa. Un enemigo que devora desde adentro.
El gusano barrenador del ganado (Cochliomyia hominivorax) es la larva de una mosca azul verdosa que deposita sus huevos en heridas abiertas, mucosas, cavidades como los ojos, la nariz o la boca. En menos de 24 horas, los huevos eclosionan y las larvas comienzan a alimentarse de tejido vivo. No es una metáfora: comen carne humana.
Cada mosca puede poner de 100 a 400 huevos. Las larvas pueden sobrevivir entre cinco y siete días dentro del cuerpo del huésped, perforando músculos, órganos, cavidades… lo que encuentren.
En el caso del hijo de Isabel, los gusanos perforaron la lengua, atravesaron la cavidad nasal y llegaron a los pulmones. Fue trasladado al hospital Benjamín Bloom en estado crítico.
Sobrevivió. Pero el Estado lo acusó de otra cosa.
De víctima a culpable
La reacción del sistema no fue preguntarse cómo un niño en situación de discapacidad, bajo pobreza extrema, fue expuesto a una plaga zoonótica sin ser diagnosticado a tiempo. En lugar de proteger, el Estado castigó.
Isabel fue acusada de negligencia. A su hijo lo trasladaron a la CONAPINA, la institución gubernamental para protección de la niñez.
“Dé gracias a Dios que no la metieron presa”, le dijo otra enfermera del Bloom.
La criminalización de madres pobres, en lugar de un enfoque de salud pública y protección social, deja al descubierto un sistema que actúa más como policía que como red de cuidados.
¿Y el gobierno? Dice que todo está bajo control.
Según declaraciones oficiales del Ministerio de Salud y del Ministerio de Agricultura y Ganadería, la situación está controlada. Reconocen tres casos en humanos, sin embargo, veterinarios y ganaderos del oriente del país cuentan otra historia.
En el municipio de Ciudad El Triunfo, en Usulután, un veterinario denuncia que se vive una emergencia sanitaria:
“El gusano barrenador estaba controlado desde 1996. No habíamos tenido una epidemia como esta. El gobierno está actuando solo para tratar los casos, pero no está haciendo nada para controlar la epidemia y evitar más contagios”, dijo el profesional, quien participa en un comité local de respuesta.
Según reportes locales, la plaga ha afectado a perros, ganado bovino y porcino, y ha encendido las alarmas en zonas rurales.
Plaga silenciosa, sistema ciego
Mientras funcionarios intentan maquillar la crisis, las comunidades rurales improvisan soluciones. Comités de vigilancia, talleres de tratamiento casero, y campañas informativas impulsadas por veterinarios voluntarios, intentan contener lo que el Estado ha dejado crecer.
Isabel, por su parte, no solo ha enfrentado la enfermedad de su hijo, sino también la humillación, el miedo y la culpa impuesta por una institucionalidad que se sacude responsabilidades.
Por: Prensa Izcanal.