
Una crónica familiar sobre el turismo, el abandono y la belleza que resiste
La tarde del domingo era calurosa en Usulután, pero la familia Escobar iba con hambre, con ganas de sentir el aire del mar y de compartir momentos juntos. Entre risas y abrazos, subieron al carro en busca de un lugar que los acogiera. Recién llegados desde Estados Unidos para visitar a sus familiares, decidieron aprovechar su estadía con una pequeña aventura local: cenar y pasear en el muelle turístico de Puerto El Triunfo, un sitio del que habían escuchado maravillas y del que habían visto fotos espectaculares en internet.
“Nos dijeron que estaba bonito, que había comida, lanchas y que se podía caminar sobre el muelle”, recuerda la madre, mientras hojea algunas fotos en su celular. “Íbamos ilusionados, queríamos pasar una tarde diferente”.
El trayecto desde el casco urbano de Usulután fue corto. La carretera hasta Puerto El Triunfo atraviesa cañaverales, pequeños comercios y comunidades donde el tiempo parece caminar con calma. Al llegar, los recibió el bullicio de un puerto lleno de vida: vendedores de minutas, familias tomándose selfies, niños correteando junto al mar, pescadores alistando sus embarcaciones.
“Sí, está bonito, no lo vamos a negar”, dice don Roberto Escobar. “Pero el muelle… ya se ve feo, está sucio, a oscuras. El piso se está levantando en algunos tramos y hay unos barcos abandonados que parecen esqueletos oxidados, pudriéndose, como si llevaran años varados ahí”.
Las expectativas comenzaron a resquebrajarse, como las tablas agrietadas del muelle, el sistema eléctrico deteriorado, las casetas en ruinas. Aunque la bahía regalaba una puesta de sol preciosa y las lanchas aún ofrecían paseos por los canales, el deterioro era evidente. No porque el lugar no tuviera encanto, sino porque la falta de mantenimiento le había robado parte de su magia.
“Es una lástima que ni el gobierno ni la alcaldía le apuesten a este lugar”, comenta con pesar la hija mayor. “De seguro les entran buenos impuestos. Nosotros solos gastamos como $300 entre comida, paseos en lancha y golosinas. Y había muchísima gente haciendo lo mismo”.

Reconstruido entre 2018 y 2019 con una inversión de $1.8 millones, financiados principalmente por el Banco Interamericano de Desarrollo, el muelle fue inaugurado como símbolo del renacer turístico en la Bahía de Jiquilisco. Un lugar clave para conectar con las islas, facilitar la pesca artesanal y atraer turismo nacional e internacional.

Pero seis años después, las luces ya no alumbran, el piso ya no está firme y el encanto comienza a agrietarse. Los Escobar, que buscaban una tarde de recuerdos felices, se llevaron también una reflexión: cuando no se cuidan los espacios públicos, se pierden oportunidades y se desperdician esfuerzos.
“Nos encanta El Salvador, es nuestra tierra, y queremos volver siempre”, concluye la madre. “Pero también queremos que los lugares bonitos no solo se construyan para la foto del día de la inauguración, sino que se mantengan vivos para que todos podamos disfrutarlos por años”.
Esa noche, al subir al carro para regresar, los Escobar llevaban las bolsas llenas de recuerdos, el estómago satisfecho y el corazón dividido. El muelle seguía ahí, de pie sobre el mar, pero con un deterioro que clama por atención.
Ahora, necesita más que turistas: necesita mantenimiento, inversión y voluntad para no hundirse en el abandono.
Por: Prensa Izcanal