En la humilde colonia Altos de Berlín, en las afueras del distrito de Berlín, Usulután Norte, Migdalia Rivas, madre de 3 menores de 9, 7 y una de 6 años respectivamente, manda o lleva a cargar cada 3 días a la semana las tabletas de sus hijos a una tienda ubicada en la comunidad cercana, pero esto no es una tarea sencilla “Aquí no hay electricidad en muchas casas, así que tenemos que pagar $0.50 para cargarlas donde hay energía. Además, sin internet en la escuela o en la casa, tenemos que comprar saldo para que las puedan usar”, explica mientras su hija menor hojea, nerviosa y sentada en una hamaca, un cuaderno lleno de garabatos hechos a lápiz, su verdadera herramienta de estudio.
En 2021, el gobierno salvadoreño lanzó un ambicioso programa: entregar laptops y tabletas a estudiantes y maestros de las escuelas públicas, acompañado de internet gratuito. Se presentó como una revolución tecnológica que cerraría la brecha digital en el país, invirtiendo, según cifras oficiales, 600 millones de dólares. La idea era equipar a 1.2 millones de estudiantes y docentes para facilitar su acceso a la educación digital.
Pero entre las casas y las aulas, las historias parecen contar otra realidad.
Santos García, padre de dos alumnos, recuerda el entusiasmo inicial cuando sus hijos recibieron uno la tableta y el otro una laptop. “El presidente prometió que iban a tener internet gratis, pero nunca nos llegó. Ahora, cuando los cipotes tienen tareas, yo tengo que gastar en saldo para que les puedan servir de lo contrario solo las usan para jugar o tomar fotos. Lo que se suponía que era una ayuda, al final nos genera más gastos”, relata resignado.
En la penumbra de un aula vacía, mientras el eco de las sillas arrastradas se desvanece en los pasillos, un maestro, quien nos ha pedido no revelar su nombre ni su lugar de trabajo por temor a represalias desde el gobierno, con voz baja y mirada esquiva, relata una contradicción que lo inquieta profundamente. «La tecnología es otro pilar importante, y uno de los más publicitados», comienza, mientras juega con el bolígrafo entre sus dedos. Pero su tono se vuelve agrio al describir la ausencia de los informáticos en las escuelas, «esos técnicos eran clave para que docentes y estudiantes entendieran cómo usar las herramientas tecnológicas de forma correcta». Sin ellos, lamenta, las tabletas y computadoras han perdido su propósito educativo: ahora son portales para videojuegos o, en el peor de los casos, para contenido inapropiado. La falta de supervisión de los padres y el desinterés de un sistema que entrega dispositivos sin guías visibles dibujan un panorama desolador. “El uso educativo es mínimo”, concluye con una mezcla de frustración y resignación, mientras su testimonio se sumerge en el silencio de una escuela que, al parecer, perdió la brújula tecnológica.
En el aula, los docentes enfrentan retos similares. “Nos dieron laptops, pero no nos capacitaron para usarlas. Algunas escuelas ni siquiera tienen wifi o electricidad, así que es casi imposible integrarlas al aprendizaje diario. En mi caso, solo las uso para lo básico, cuando hay suerte y hay internet”.
La promesa de reconstruir más de 5,000 escuelas tampoco se ha cumplido del todo. Muchas instalaciones están en mal estado, con techos que gotean, paredes desgastadas y conexiones eléctricas deficientes. “Hay días en que ni siquiera tenemos luz para trabajar”, añade el maestro.
“Con #MiNuevaEscuela vamos a remodelar más de 5 mil centros educativos. Haremos mil por año, más de dos por día y serán remodeladas totalmente”, Presidente @nayibbukele. pic.twitter.com/rDDUcTLwTM
— Casa Presidencial 🇸🇻 (@PresidenciaSV) September 7, 2022
Más para jugar, que para aprender.
Para Videlina Alfaro, madre de tres niños, el problema va más allá de la conectividad. “Mis hijos las usan más para jugar que para hacer tareas.
¿Usted está pendiente del uso que hacen los niños?
-La verdad que no hay ningún control, y como los maestros tampoco las usan mucho en la escuela, terminan sirviendo sólo como un entretenimiento, más que algo que les sirva para la educación”, comenta mientras muestra una tableta con juegos instalados.
El uso de estos equipos parece estar desvirtuado, y el objetivo inicial de cerrar la brecha digital se diluye entre la falta de recursos, la limitada infraestructura y la ausencia de estrategias claras.
A pesar de la inversión multimillonaria, los detalles sobre el número exacto de dispositivos entregados, las escuelas beneficiadas y cuántas cuentan con internet están bajo reserva de información. Esto dificulta evaluar el verdadero impacto del programa.
En un país donde según el Banco Mundial, un 35.2% de los hogares salvadoreños vive en pobreza multidimensional, la entrega de equipos tecnológicos parecía ser una solución innovadora. Sin embargo, sin internet gratuito, capacitación docente ni escuelas equipadas, las tabletas y laptops terminan siendo poco más que una promesa desconectada.
Mientras tanto, Migdalia y miles de familias como la suya continúan cargando tabletas en la tienda de alguna comunidad vecina, comprando saldo de sus ya limitados ingresos y esperando que las promesas se transformen en soluciones reales. “Queremos que nuestros hijos aprendan, pero sin apoyo, todo esto es solo un sueño que no se puede cumplir”, concluye con una mezcla de esperanza y frustración.
Una apuesta que necesita ajustes
La digitalización de la educación en El Salvador es un paso necesario, pero también una tarea compleja. Sin planificación adecuada y recursos complementarios, los esfuerzos para cerrar la brecha digital podrían quedarse como una ilusión más, lejana y desconectada de las realidades de las comunidades.
Por: Ulises Soriano