Quizá seamos muy pocos los salvadoreños que conocemos la historia que hay tras las paredes polvorientas y desvanecientes de la hacienda la candelaria o la hacienda de Gualcho, como le conocemos los lugareños. Estas épicas paredes refugiaron a Francisco Morazán en una de las batallas claves para la liberación centroamericana y acogieron a cientos de familias que se quedaron sin hogar después del conflicto armado interno.
Era el seis de Julio de 1828, inicios de invierno. Aquella madrugada fue sorprendida por una tormenta que incrementó el frio aterrador de no más de 130 aguerridos luchadores bajo el mando del libertador Francisco Morazán. Se preparaban para librar una batalla decisiva contra las tropas del invasor Vicente Domínguez, quien quería seguir sometiendo a Centroamérica bajo el yugo de la corona Española. Cada gota que caía del cielo, descubría la impaciencia de los hombres decididos a ofrendar su vida por un mejor mañana.
Morazán nos cuenta en sus memorias, que la valiente jornada estaba prevista desarrollarse a las 12:00 de la media noche, pero la inmensa lluvia estancó el paso de los valientes hombres salvadoreños, hondureños y nicaragüenses, por lo que tuvo que refugiarse en la hacienda de Gualcho. La acción se concretó a las 3:00 de la madrugada y con todas las ventajas en su contra, pues en la cima del cerro La Araña, más de 600 soldados abordaban para detener el sueño de la patria grande, ese no fue impedimento para que Francisco Morazán, con toda la voluntad posible, derrotara las tropas españolas que mantuvieron nuestros países en el umbral de la oscuridad por más de tres siglos.
No era su batalla, pero el sentido común de un pensamiento libertador le mando a atender el llamado de campesinos salvadoreños que estaban cansados de la explotación de terratenientes hacendados y políticos. Sus armas de batalla eran los machetes que utilizaban en la campiña, trozos de madera, azadones, huisutes y la firme voluntad de una mayoría que exigía justicia social para nuestra América Central.
En aquellos días esas tierras pertenecían al distrito de Jucuapa, siempre en el departamento de Usulután, territorio que fue ocupado después por terratenientes para la siembra de granos agrícolas y algodón. “Yo crecí en la hacienda” recuerda don Víctor Perdomo, hijo de uno de los terratenientes de los años 1950, “ahí correteaba con mis amigos en los enormes patios de aquel lugar” recalcó el anciano de unos 70 años de edad, mientras da de comer a sus gallinas en la granja, quien hoy vive en una casa de infraestructura similar a las orillas del casco urbano de Nueva Granada.
Cuentan los mitos que antes de Morazán, la hacienda de Gualcho, estaba bajo el dominio de un coronel de nombre desconocido, y que en uno de los cuartos más tenebrosos de la hacienda se mantenía una picota (estructura de madera) donde torturaban y volaban las cabezas de los indígenas que no eran bien vistos por el dictador coronel. A ese cuarto se le llama el cuarto oscuro o cuarto de la muerte.
Pero esas no son las únicas historias que esconden las paredes de la Candelaria. El 5 de marzo de 1990, esta infraestructura acobijó a cerca de 300 familias provenientes de San Vicente y Cabañas que se establecieron por más de diez años en un campamento de San Antonio Intibucá, Honduras. Huían de la represión que las fuerzas paramilitares de los gobiernos en turno, hacían contra los campesinos. Misma que desató la guerra civil que duró 12 años.
La llegada fue difícil recuerdan hoy los lugareños. Solo encontraron la hacienda en medio de los arbustos de espinas de izcanal y de conacaste. Les consolaba el hecho de estar nuevamente en sus tierras, esa que los vio nacer y crecer. La noche del retorno durmieron en tendalada en los pisos de la hacienda, bajo una enorme luna que en su resplandor iluminaba los inocentes rostros de los niños y niñas, expresan algunos ancianos de la comunidad.
La hacienda de Gualcho sigue siendo tan rebelde como en aquella época. Hoy no hace aquel inmenso frio que sacudió a Morazán y sus hombres aquella mañana, pero hace un calor aplastante. Los lugareños tienen que apaciguar el cálido clima con un chapuzón por la posona, que se encuentra a escasos metros de la gran casona.
Poco a poco las paredes viejas se han ido derrumbando y con ellas caen por pedazos toda una historia legendaria. Su techo se ha desmoronado totalmente, es difícil caminar por la infraestructura sin escuchar cómo se quiebran en pedacitos las tejas que cubrían aquel patrimonio cultural. Los terremotos de 2001 terminaron de deteriorar más las enormes paredes de barro que son cruzadas hasta sus entrañas por cada lluvia del invierno. Así se va desvaneciendo la haciendona de Gualcho.
Pese a que en el 2015 la asamblea declaró a través de un decreto legislativo “Sitio histórico” el lugar de la hacienda La Candelaria y el cerro La Araña, por reunir los requisitos indispensables para su protección y conservación, ésta no ha tenido ninguna intervención por la secretaria de la cultura de la presidencia. Aquellas paredes donde nací, siguen desmoronándose como cuando las sacudieron los siniestros de 2001.
Por: Carlos Amaya.